lunes, 17 de agosto de 2009

Juan Forn: "Estamos empezando a vivir con una actitud menos tilinga y superficial"

Esa frase es de 2002, y me la dijo Juan Forn cuando lo entrevisté, muy poco después del estallido de la crisis de diciembre de 2001, una de las más grandes que experimentó Argentina. Él estaba en Madrid presentando su excelente novela Puras mentiras, y en la entrevista queda claro que aún estábamos los dos muy afectados por los acontecimientos sociales y políticos de nuestro país. Creo que siempre es bueno releer lo que decíamos hace años, porque nos brinda una visión más profunda de dónde estamos ahora (en todo sentido). Nos sirve para ver en qué mejoramos, pero, sobre todo, en qué empeoramos.

En la entrevista hablamos de todo: de la crisis, de la vida en las ciudades, del oficio de escribir, del papel de su grupo generacional en la Argentina de los '90, y más.

Como de costumbre, se publicó en su momento un fragmento en el diario ABC, donde yo trabajaba en ese momento: aquí pueden leer la entrevista completa.
Que la disfruten.

¿Qué nos dice Puras mentiras sobre la situación argentina actual?

Como suele pasarles a los escritores que se crean un mundo propio o construyen un mundo propio y de pronto descubren las resonancias de todo lo que sacaron de la realidad, y la resonancia que tiene la realidad ahí adentro: en este caso, yo creo sinceramente que una de las opciones que hay que saber aprovechar de la crisis es salirse de las ciudades ir a poblar la patria, ir a ocupar espacios y trabajar en los lugares más chicos. Cuanto más chico el lugar, más posibilidades tenés de abarcar una situación como ésta y de reencontrar ciertos vasos comunicantes solidarios absolutamente fundamentales para la reputación del país. Eso lo pienso personalmente como ciudadano y me hace mucha gracia y me parece hasta insólito la forma que adoptó esa idea (que de hecho yo voy a poner en practica en mi vida ahora dentro de muy poco, con mi mujer y mi hija, que nos vamos ir a vivir al interior), la forma un poco descabellada y excéntrica que adoptó en la ficción. Este tipo, que en cierta manera sufre una especie de terremoto en su vida, que no es la crisis de un país sino una crisis terminal de su propia vida coronada por la muerte de la mujer. Cómo es expulsado de la ciudad y cómo descubre y comprende las rarísimas y paradójicas reglas de la solidaridad en un pueblo construido básicamente por fabuladores y por gente que, como él, viene huyendo del pasado, del futuro.

¿Se podría decir, entonces, que el personaje central es como una metáfora de la Argentina? (Tiene una crisis, se separa, es expulsado del grupo de los integrados y se refugia en un pueblo con gente como él, también sola y buscando...)

(Risas) Y, en cierto sentido si querés forzar un poco la situación, la verdad que todos los personajes de Pampa del Mar, todos esos personajes manipuladores, descaradamente mentirosos, son como todos los vendedores de promesas que están tratando de hacerle creer a la sociedad argentina que con ellos el país va a mejorar..

¿Cómo te sacás de encima a la política cuando escribís?

Bueno, tanto la generación tuya como la mía tuvimos un rechazo casi visceral a la política por las experiencias a las que asistimos desde chicos. Curiosamente, lo que está pasando ahora es que el país está demandando de parte de todos un reformulamiento de lo que es la política en serio, porque no se le puede dar la espalda al tema si queremos que el país salga adelante. Personalmente, nada me resulta más fácil que sacarme a la política de encima. Mi aspiración egoísta e insensible es vivir en un país lo suficientemente civilizado para que la política ocupe un lugar secundario, lo más secundario posible en mi vida. Un país en donde las desigualdades sociales se achiquen lo suficiente como para que la política pase a un segundo terreno y se convierta en pura administración. Cuando escribís, por lo menos por mi manera de concebir la vida, me resulta muy fácil escaparme de eso y ver que lo que rige la vida son pasiones, son emociones y sentimientos, y básicamente son historias muy personales de cada uno de los personajes y los efectos inesperados que tienen esas historias secretas en sus propias vidas y las consecuencias que tienen sobre la vida de los demás. Esas zonas donde lo que le pasó a un tipo con su hermana hace diez años produjo un efecto en otro personaje que es definitorio en su vida. Esa clase de cosas. Lo que le pasa a un guionista venezolano que se enamora por azar de un curita de pueblo por estar cuatro horas sentado con una chica de trece años y con un tipo de cuarenta años: le cambia la cabeza y le hace ver las cosas desde otro lugar. Y que incluso el que lo sufre empieza a entender el efecto que tuvo eso no en el momento en que se está teniendo la conversación: no es una iluminación, sino que es un efecto residual, como algo que te hubieran inoculado sin que te dieras cuenta, y cuando te queres dar cuenta empezó a hacer efecto.

En tu libro hay un pueblo perdido, una nena, un grandote... ¿Ahí hay una influencia de Soriano?

Sí, en el fondo a mí me encanta la manera en que Soriano peinó al país, la manera en que construyó personajes encontrando ecos de argentinidad en los rincones del territorio y no solamente en Buenos Aires. Por lo general, cuando uno nació en Buenos Aires tiende a construir su argentinidad en base a esa especie de megalópolis delirante que es Buenos Aires. Pero en la idea de inventar un pueblo me parece que la influencia más directa ahí es, en todo caso, el Santa María de Onetti o, en particular, el Comala de Rulfo. O la manera en que Puig reinventó General Villegas, e incluso la manera en que Bryce Echenique reinventó Lima en sus primeros libros. Son todos escritores que, en mi panteón personal, cada uno tiene una vela. Incluso este es un libro que trabaja muchísimo sobre el registro de la oralidad, cada capítulo está contado por una voz diferente, y cada voz narrativa es una reconstrucción del relato oral. Y que es una cosa que, para mí, tipos como Puig, o Bioy o Rulfo, hicieron de manera admirable. Y como yo siempre he sido un fanático de la gente que cuenta historias, esta vez traté de construir el relato exclusivamente con esos registros.

Barry Gifford (que ha hecho una ultima novela en conversación, en diálogo) dijo que él tiene mucho oído para captar lo que la gente dice en la calle y eso le ayuda a escribir. ¿Vos, de alguna manera, utilizás este método?

Sí, no tanto la estructura dialógica (que también es una cosa que usa Puig en muchísimos de sus libros) como el monólogo. Es decir, en cada uno de los capítulos, cuando uno toma la palabra (si bien no son estrictamente monólogos) vos tenés que adivinar las intervenciones del interlocutor. Están mas o menos señaladas (en determinado momento un personaje puede decir “Usted me pregunta por qué tal cosa… La respuesta es muy sencilla…”, son breves recursos retóricos), pero básicamente lo que trabajo son los monólogos. De todas maneras, me parece que es absolutamente indispensable desarrollar el músculo del oído. En ese sentido, creo que los dos grandes maestros en la Argentina son Puig y Bioy. Y Soriano también, a su manera. Me encantaría integrar esa escuela. Es decir, que por este libro se me considere como un tipo que tiene buen oído. Me parece que es un gran mérito. Y me parece que es una de las herramientas más útiles que puede tener un escritor, que no suele hacer mucho uso de ella. Al escritor le gusta más escucharse a sí mismo que escuchar a los demás.

¿Cómo ves a España ahora como destino para los argentinos (casualmente me ha tocado entrevistar a varios escritores argentinos que vienen a presentar sus libros)?

Bueno, viniendo de Buenos Aires, llegar a Madrid es como descubrir que el mundo sigue funcionando. Por la situación particular en la que yo estoy, que tengo una especie de saturación de la sociedad de consumo y de la vida en las ciudades y de todas las cosas que ofrece, quizás por haber hecho tanto uso y abuso de todas esas prebendas cosmopolitas en los últimos 10 ó 15 años de mi vida, la verdad es que fue una buena prueba venir estos días a Madrid porque comprobé que no solamente es una reacción por la descomposición de ese estilo de vida urbano que hay en Buenos Aires, sino que en realidad la reacción mía es a la vida en las ciudades. Pero venir a Madrid y ver una ciudad que funciona te permite recuperar cierta mínima confianza en que se puede construir la vida en las ciudades a partir del respeto mutuo. Yo tiendo a pensar que los nuevos códigos urbanos (que eso es una combinación de los códigos del trabajo y de las nuevas reglas éstas de que sos lo que consumís) van royendo los cimientos del respeto mutuo y de estos vasos comunicantes de solidaridad absolutamente necesarios para que la vida tenga sentido. Pero es evidente que la manera en que estoy viendo las cosas está tremendamente influida por lo que ha pasado en la Argentina. De manera que no tengo la suficiente distancia como para hacer una evaluación y decir. De la misma manera que me resulta muy difícil cada vez que me encuentro con alguien que me dice “Me voy, me voy del país”, o estando acá me encuentro con gente que se vino para acá. La verdad que no puedo abrir juicios sobre eso. Estando en Buenos Aires, cada vez que alguien se va, yo siento: “Loco te podrías quedar, ¿no? La verdad que te podrías quedar... Valdría la pena quedarte... No sé si agotaste todas las posibilidades…”. Pero ésa es una de las cosas que vamos a tener que aprender a entender para que el país funcione. Es un tema que a mí me tiene mal. Y yo creo que estamos todos perdidísimos, hablas sin parar del tema y no llegás a ninguna conclusión. Seguís pisando y es como si se fueran haciendo todavía más movedizas las arenas cuanto más las pisas.

¿No es un gran riesgo escribir sin saber a dónde vas? Bioy contaba, en una entrevista con Fernando Sorrentino, que ha llegado a escribir novelas de ciento treinta páginas y tener que tirarlas por hacer lo que vos contaste: que tu método, cuando empezás, es no tener un plan ¿No te arriesgás a tener cien páginas y tener que tirarla por no saber hacia dónde van?

Lo que pasa es que un escritor usa tácticas para convertir en un método su manera caótica y más bien impulsiva de trabajar. No es que no sepas a dónde vas, es que te inventás un destino que, por lo general, la misma escritura va distorsionando y redefiniendo, y la mayoría de las veces terminás en un lugar que no era el que te proponías inicialmente. La primera o la segunda vez que estás metido en ese baile es muy incómodo, te produce vértigo, te produce inseguridad, en todo momento pensás que tomaste por un camino secundario que va a dar a una vía muerta. Y con el tiempo empezás a confiar en cierta clase de pálpitos que te van llevando, y también vas desarrollando una especie de sexto sentido que te permite descubrir relativamente pronto cuándo te fuiste por el mal camino y cómo retomar la senda más fructífera. De manera que te acostumbrás a esa manera de trabajar. A mí, personalmente, para mí la literatura… Yo cada vez que me siento a hacer un libro, básicamente me formulo una situación que es como una camisa de once varas: una situación que me parece que no voy a poder hacer. No me gusta, al escribir, hacer algo que ya sé hacer. Me gusta probarme a mí mismo que voy a tratar de llevar mis límites y mi arsenal de recursos como escritor un paso mas allá, ampliar las fronteras. En última instancia, uno escribe un libro para saber de qué se trata ese libro, entonces por más que lo tenga todo planeado de antemano, la cantidad de sorpresas que te llevás en el camino son lo suficientemente significativas como para permitirte desconfiar de esos planes iniciales para escribir. Lo que yo mas temía en esos casos, cuando empezaba un libro nuevo, era creer que no tenía nada y que en realidad simplemente estaba haciendo un simulacro de escritura porque yo ya no era escritor, porque ya había dicho todo lo que tenía que decir y no tenía ninguna historia para contar. Y después con el tiempo vas viendo cómo, de qué manera, uno empieza a contar una historia sin saber que la tiene o a uno empieza a rondarle una historia sin saber que ésa es la historia que va a contar. Y cómo se van encadenando las aparentes casualidades para perfilar el eje de historia que querés contar. Es como que tus tripas o tus entrañas saben de qué vas a escribir antes de que tu cabeza lo sepa.

¿Estás haciendo psicoanálisis ahí, con esas cuestiones inconcientes? ¿Que vos vas por un lado sin saber por dónde, y por otro lado diferente hay otra cosa y después se encuentran?

Sí, yo le tengo muchísima confianza a mi inconciente y no necesito de psicoanálisis. De hecho, hasta por razones supersticiosas me ha costado… las pocas veces que me senté a hacer una terapia (las dos veces que me senté a hacer una terapia) lo hice por cosas muy concretas, y casi enseguida me retiré espantado, por miedo a que me quemara o me estropeara los mecanismos que tengo para escribir, que me permiten trabajar con tantas zonas brumosas y con tantas zonas indefinidas. (Y yo estoy casado con una psicóloga). Le tengo absoluta confianza a una zona, no sé si es tu cabeza, tu alma o qué, que empieza a producir y encadenar pequeños núcleos de sentido, y que te lo va haciendo saber muy lentamente y de las maneras más inesperadas. Hay una frase (bastante zen) de un poeta que se llama Murena, que a mí siempre me funcionó como lema para escribir, que dice: “Sólo atento no hay que estar: preparado”. Es una actitud de estar un poco distraído pero, al mismo tiempo, siempre abierto, porque la historia está flotando por ahí: uno tiene pescarla.

Como la relajación alerta de los cantantes…

La relajación alerta, exacto.

¿Te gusta más estar del lado del escritor que del lado del editor? ¿Digamos del lado del ladrón en lugar del lado del detective?

Sí. La razón por la que trabajé de editor, o las dos razones por las que trabajé de editor son: una, porque descubrí que era una de las pocas maneras que tenía de ganarme la vida que tuviera relación con los libros y que me permitieran despuntar el vicio de leer; y la otra, porque hubiera preferido que otro inventara una editorial o un sello editorial en donde yo poder publicar mis libros, en donde yo poder encontrar los libros que a mí me gustaba leer. Y lo mismo pasó cuando hice Radar: inventé un suplemento que era el suplemento que me habría gustado leer y en el cual me habría gustado escribir. Ya que no lo hacía otro no me quedó mas remedio que hacerlo yo. Me ofrecieron la oportunidad y dije: “Prefiero hacerlo yo y encima conseguir que me paguen por hacerlo”. Pero en el espejo, a la mañana, cuando me afeito, yo soy básicamente una persona que lee, una persona que escribe, y el padre de mi hija, el amigo de mi mujer y el amigo de mis amigos. Todo lo demás es completamente coyuntural y accesorio.

Vos fuiste, en los noventa, una especie de editor estrella, en Planeta, en Biblioteca del sur. Era la época de Menem, de Alan Faena. Y ustedes eran Charlie Feiling, Fresán, Alejandro Rozitchner, vos... un grupo de escritores muy pesados intelectualmente pero a su vez no politizados, ¿ves alguna vinculación entre la frivolidad de esa época y la actuación de ustedes, que no eran frívolos pero a su vez no se metían en política? ¿Entendés a los que puedan pensar que no hacían un contrapeso importante a la tiliguería reinante?

Sí, hay una gran frase de Kierkegaard que dice que la gran paradoja de la vida es que se la vive para adelante y se la entiende para atrás… Mirar retrospectivamente las cosas te permite explicar un montón las razones últimas por las que ocurrieron. Nosotros, cuando surgimos como generación (me atrevo hablar en primera persona del plural), hacíamos una defensa a ultranza del individualismo como reacción a las consignas y a la razón de ser dentro de las masas que caracterizó a la cultura de los años setenta. Esto empieza en las catacumbas de la dictadura con el ParaKultural, con Teatro Abierto, con los talleres literarios que existían, con todos los circuitos de enseñanza extra académica, etc., etc. Surgió a la superficie con una potencia muy grande y con una elocuencia muy grande durante los ochenta. Los noventa, una de las cosas que permitieron fue que… en el caso mío, en Planeta, lo que hice fue aprovechar una circunstancia editorial, empresaria, en la que estaban dispuestos a apostar por la literatura argentina para demostrarles que se podía hacer una colección (en realidad yo dirigí la colección Espejo de la Argentina y Biblioteca del Sur: Espejo de la Argentina eran todos los libros de ensayo, de denuncia periodística) con la que se pudiera, por un lado operar sobre la realidad críticamente, y por otro lado ofrecer buena literatura, buena calidad. Lo mismo que pretendían ofrecer todos los que trabajaban en el underground en el teatro y en la música, y que después muchos llegaron a la televisión vía Gasalla, o llegaron a las discográficas, etcétera, etcétera. Criticar algo porque tiene éxito, me parece por lo pronto, como mínimo, superficial. Por otro lado, evidentemente no alcanzaba. Por supuesto. Eso nos agarró siendo relativamente jóvenes y cuando tenés tu primer éxito y no tenés la suficiente sabiduría o madurez para manejarlo siempre te pasás de rosca, cometés excesos, te vas de boca, y pecás de exceso de entusiasmo y de narcisismo. Pero, haciendo un balance… Yo me considero muy del palo de Página 12, por ejemplo, y me parece que casi todos venimos un poco del riñón de Página: desde la generación de Soriano, Gelman, Eloy Martínez y Bayer, hasta la generación de Fresán, Charlie Feiling y yo. Todos, oh casualidad, hemos trabajado mucho en ese diario, nos hemos identificado en mayor o menor medida no sólo con la posición ideológica de ese diario sino con el estilo de mirar la realidad y el uso de la ironía crítica, etcétera, etcétera, y me parece que la actuación cultural de cada uno de nosotros tiene más factores positivos que negativos cuando hacés el balance. Qué se yo, yo me quedo basta tranquilo cuando veo. Yo pienso: publiqué esos libros, inventé Radar, inventé Biblioteca del Sur, y yo no soy hoy un Suar, ni un Tinelli, ni un Pergolini. Creo que eso demuestra que me interesaban otras cosas, por encima del dinero, de manera muy nítida. Y eso se puede aplicar a casi todo. Lamentablemente, Charlie se murió. Charlie iba a dirigir Radar libros. Todo el proyecto de Radar libros yo lo había pensado para que lo dirigiera Charlie. La idea mía era no estar a cargo de Radar libros. Rodrigo es un tipo que no solamente escribió los libros que escribió, sino que hizo un trabajo de lo más interesante en Página 30, y demostró que se podía inventar un medio que fuera absolutamente ecléctico y que al mismo tiempo fuera elocuente y estuviera en sintonía con la realidad. Y yo sigo sintiendo una especie de hermandad generacional y camaradería con tipos como Urdapilleta, como Calamaro, como Kuitca, como un montón, incluso Tomás Abraham… gente de lo más variada que, a su manera… por supuesto que con el tiempo todos hemos ido corrigiendo las petulancias iniciales y redefiniéndolas, y también nos ligamos los palos que nos ligamos con justa razón, pero a la hora del balance parece que se diera por sentado todo lo positivo y que se hiciera hincapié en “esto que no hicieron, y esto que hicieron mal, etc., etc.”. Bueno, miremos panorámicamente las cosas y pongamos en la balanza el lado bueno también.

¿No ves una vuelta al patriotismo y a la política en el país (no me refiero a política partidaria, sino a la implicación de la gente en los asuntos del país)? Antes no se veía una puta bandera y ahora todo el mundo habla del país. Ahora nosotros estamos hablando de eso.

Es que es indispensable. Sin ir más lejos, todos los que estamos en Buenos Aires hoy dedicamos aunque sea una mínima parte de la jornada a hacer alguna clase de trabajo cívico o solidario. Por un lado. Por otro lado, se reformularon de manera drástica las prioridades de todos, y la verdad es que estamos en un momento en el que sería posible refundar el país. Lo que pasa es que hay un espejismo, para mí, fatal, en el caso argentino. Y es que siempre existe esta idea, que inició por primera vez Martínez Estrada, de que hace falta tocar fondo para hacer tabula rasa y empezar de nuevo, y reformular el país. Y la verdad es que, tal como se dan las cosas en el mundo de hoy, lo que hay es una descomposición interminable, que no tiene fin y que no tiene límite. Supongo que el límite es que, cuando vos te morís de pena, de hambre o de impotencia, dejás de verlo. Pero eso no significa que se termine. El que toca fondo es uno, no es el país. Lo que te instala en una situación muchísimo más difícil, que es que, por lo pronto, no hay que esperar a tocar fondo sabiendo que hay algo sólido sobre lo cual hacer pie y empezar, sino que hay que hacer pie como se puede en esta especie de desbarranque generalizado, y no solamente tratar de frenar a los que vienen cayendo (y vos ya estás agarrado y los podés ayudar) sino ayudar a ir construyendo un simulacro de piso que te permita subir. Yo creo que la prioridad número uno en Argentina hoy es exigirle y poner al Gobierno frente a un callejón sin salida que lo obligue a generar una Ley de Emergencia para satisfacer la demanda del hambre y satisfacer la emergencia sanitaria que hay con el tema de la salud y los hospitales. Una vez que se consiga eso se puede empezar a discutir todo lo demás. Pero mientras no se haga eso, lo que estamos haciendo no es solamente suicida, sino que es homicida, que me parece mucho más grave, porque vos te podés matar a vos mismo, pero vos no podés matar a otros.

En cuanto a la respuesta a la crisis a través de movidas artísticas. Hay, por ejemplo, una corriente de cine argentino de excelencia con bajos recursos. ¿Creés que esta crisis puede traer algo bueno a la literatura?

La literatura, por lo general, es una de las artes más lentas en reaccionar. El efecto posterior que tienen las grandes obras literarias es muy imperecedero, pero es, de las artes, la que tiene menor rapidez de reflejos para reaccionar. Por ejemplo, una de las aparentes asignaturas pendientes que parece tener la literatura argentina es no haber escrito la gran novela de la dictadura. Si vos te ponés a pensar, ya están escritas. Un poco en Maldición eterna a quien lea estas páginas de Puig, otro poco en Recuerdo de la muerte de Bonasso, y si querés otro poco en la figura completa de Walsh entre su obra periodístico-literaria y su muerte (lo que significaron sus últimos meses y su muerte), la novela de la dictadura ya está. Pero parece que siguiera haciendo falta.

¿Cómo ves el nivel de la literatura argentina actual?

Hay una calidad bastante por encima de la media en, por lo menos, la mitad de los escritores argentinos que yo más valoro. Pienso en Fogwill, pienso en Belgrano Rawson, pienso en Saccomano, pienso en Abelardo Castillo… hay un montón. Los libros que vos ves son sólidos, los tipos están escribiendo bien, están interviniendo sobre la realidad escribiendo desde los diarios bastante seguido y, afortunadamente, la opinión de los intelectuales parece tener cierto peso y estar más en sincro con la realidad que en otros momentos en los que parecen vivir en la Torre de Marfil. Y después se genera esta rara paradoja de que en una época de crisis por supuesto que vendés muchísimos menos libros y que casi no existen los libros como tales, pero los lectores que tenés, por más que sean menos, establecen una relación con el texto, lo leen y le sacan el jugo a fondo. Entonces recibís una clase de lectura muchísimo más intensa. Entonces se empieza a establecer una relación casi personal de los escritores con cada uno de sus lectores (necesaria de la misma manera en la que hace falta reconstituir los vasos comunicantes por el lado de la solidaridad, por el lado del patriotismo, por el lado del respeto mutuo). Yo estoy casi seguro que, de los pocos lectores que tuvo este libro desde que apareció, el año pasado, casi todos son tipos que, primero, lo leyeron y le sacaron hasta la última gota de sentido que pudieron y, segundo, que lo más probable es que me sigan leyendo. O sea, me gané lectores que no son los lectores que pude haber tenido con Nadar de noche, que se vendió muchísimo más pero que a lo mejor era gente que compraba el libro y no lo leía, o gente que leía uno o dos de los cuentos, o que un año después no se acuerda una palabra de lo que leyó. Por la relación que yo he tenido con lectores, cartas que me han llegado, por los reportajes [entrevistas] que me han hecho, por cosas que me dicen por la calle, la verdad es que estamos empezando a vivir con menos velos en los ojos y con una actitud menos tilinga y superficial. Es una pena que eso ocurra con un precio que sea esta crisis horrorosa, pero yo creo que hay que seguir, que hay que resistir y hay que seguir peleando. El mundo también puede mejorar.